FONT: LaVanguardia (Xavi Ayén)
8 de maig
Al otro lado del teléfono, descuelga el hombre que a principios de
los años 90 contagió la pasión por la filosofía a millones de personas
en todo el mundo. El noruego
Jostein Gaarder (Oslo, 1952)
era profesor de instituto cuando ‘El mundo de Sofía’
se convirtió en un superventas internacional. Ahora,
con una decena de libros posteriores, publica
‘Simplemente perfecto’
(Siruela), que en catalán se titula ‘La mida justa’ (Àmsterdam), y en
el que un docente noruego muy parecido a él, algo más joven, recibe un
diagnóstico fatal de su doctora: le queda poco tiempo de vida. Muy poco.
Su esposa está de viaje profesional en Australia y él decide irse a la
cabaña de campo que tienen junto a un lago para poner en orden sus ideas
y reflexionar sobre la vida.
[..]
-Hay un personaje del que se habla en el libro, una mujer que
padecía la gripe española y se hundió en el lago para no infectar a sus
seres queridos.
-Es una leyenda, algo que escucha Albert, una historia del lago. Fue
también una pandemia, hace unos cien años. Puede ser comparado, aunque
murieron 50 millones de personas y ahora vamos por 265.000.
Al menos los
escandinavos, nos creíamos que con nuestro sistema público de salud
estábamos muy protegidos, ni una sola persona que yo conociera temía
esta crisis, pero al final va a resultar que las cosas no son tan
diferentes a las de cien años atrás. A la gripe española ¿cómo la llaman
en España?
-Bueno, se dice ‘la gripe española’ pero sabemos que no era española en realidad...
-¡No, claro! De España solo tuvo el nombre... El coronavirus tampoco
lleva corona ¿verdad? La operación hace un siglo de bautizar esa
epidemia con el ‘apellido’ de una nacionalidad es una maniobra que hoy
intenta hacer Donald Trump, que se refiere al ‘virus chino’.
Etimológicamente no tiene sentido, pues una pan-demia es ‘pan’, es
decir, un prefijo que indica la totalidad, todo el mundo, algo global
por naturaleza.
Esos bautizos nacionales están cargados de prejuicios y
racismo.Aquella epidemia de 1918, dos décadas después, condujo al mundo a
una catástrofe global como fue la segunda guerra mundial. Mucha gente
resigue las huellas de la historia, ejercita la imaginación y se
pregunta qué podría suceder tras la Covid-19.
-¿Usted no?
-La pregunta buena no es tanto ¿qué podría pasar después? sino ¿por
qué podría pasar? ¿Podríamos reconstruirnos como sociedad tras la
pandemia? Es una pregunta moral y filosófica, toca a nuestros valores.
Hemos visto, en nuestra sociedad, muchos ejemplos de hombres ricos que
dicen que no quieren volver a hacer lo que estaban haciendo antes, no de
la misma manera.
Debemos cuestionar nuestro sistema económico, el
capitalismo: ¿a dónde nos conduce? ¿funciona bien? ¿es un sistema
preparado para afrontar la pandemia? ¿y otros desastres? ¿de qué modo
trata la naturaleza de la que formamos parte? ¿es responsable del
calentamiento global? ¿qué efectos nos esperan? El calentamiento global
va a ser más letal que el coronavirus y, sobre todo, más irreparable.
Deberíamos ver esta pandemia como un entrenamiento, una lección para
aprender a ser más considerados con nuestro planeta.
-¿Es optimista?
-Lo único seguro es que la pandemia se acabará un día. Y no tenemos
alternativa a tomarnos el mundo en serio, el virus nos impide ser
perezosos, postergar nuestros problemas.
Siempre rechazo el pesimismo,
tengo esperanza y quiero entrar en la batalla, formar parte de ella,
para evitar una catástrofe global, paliar los daños en los lugares más
afectados, como el sur de Europa.
-¿Qué significado tiene Ricitos de Oro?
-Es una historia aquí conocida por todos los niños. En el relato
original, de 1837, los tres osos no son simpáticos, ¿sabe?, sino tres
animales ‘solteros’, vamos a decir, y robustos. Y la que irrumpe en su
casa no es una dulce niña sino una vieja desaliñada, fea y mala, que
sale huyendo por la ventana. Pero, bueno, ese cuento es una excusa para
hablar de astronomía, porque vivimos en la zona ‘Ricitos de Oro’ del
universo, es decir, en la zona habitable, un auténtico milagro.
Vivimos
en un planeta que es exactamente como la casita del cuento. Damos
vueltas alrededor de una estrella, estamos en un astro con agua líquida y
no paramos de infligirle daño al planeta, lo que no parece muy sensato.
-¿Por qué los niños y los muy creyentes pueden vivir más felices, como dice el narrador?
-Las personas religiosas se sienten cómodas imaginándose que existe
otra vida, otro sistema, como el paraíso, donde las cosas van bien. Eso
les facilita atravesar los tormentos y las cosas agrias de este mundo.
No se lamentan de que la vida sea corta, como hacen los no creyentes.
La
mayoría de niños, por su parte, viven instalados en la fe, la
confianza, les cuidan los padres, no se rebelan contra los límites de
nuestra existencia, los aceptan. Los niños son como gente muy religiosa
que no se da cuenta de que lo es. Todos sabemos que un día no estaremos,
pero la clave es no preocuparse por ello.
-Albert piensa que realmente debemos de estar solos en el universo.
-¿Quién lo sabe? Es tan grande y con tantas estrellas y planetas que
sería verdaderamente raro que no hubiera vida en ningún otro lugar, pero
la vida no somos nosotros solamente, son también las micropartículas en
el agua, nosotros somos fruto de un cúmulo de casualidades bastante
únicas, pero hay tantas galaxias con las que jamás vamos a contactar que
yo creo que sí, que debe de haber vida ahí afuera.
[..]
-’El mundo de Sofía’ cambió su vida...
-Mis amigos y mi mujer pueden decirle que no he cambiado tanto.
Hombre, cambiaron las cuestiones prácticas: pude dedicarme a escribir
más libros, las cosas fueron más fáciles, viajé por todo el mundo...
Pero he escrito muchos otros libros, no soy de esos autores de un solo
título, aunque nunca volví a tener tanto éxito de ventas. Aquel me
permitió que nacieran los otros, seguramente. Hoy lo escribiría
distinto.
-¿Ah, sí?
-Fíjese que no figura la pregunta filosófica que hoy considero más
importante: ¿cómo podemos preservar las condiciones de vida en la
Tierra?
-¿Qué nos enseña la filosofía en estos tiempos víricos?
-A aceptar nuestro destino. Todo el mundo se ha metido dentro de sí
mismo, eso es muy importante, el aislamiento, para que florezca la
filosofía. Es positivo tener tiempo para uno mismo, aunque sea para ver
la tele, Netflix o HBO, que ofrecen muy buenos productos.
La soledad te
ayuda a luego estar en contacto con los otros. Ver la tele es una buena
cosa, nos conecta con lo que sucede. Los que ya leían antes de la
epidemia, perfecto, pero es que mucha gente se ha puesto a leer gracias a
la epidemia, en especial ebooks.
El confinamiento ha permitido que
mucha gente se ponga a pensar.
-¿En qué trabaja ahora?
-Bueno, para serle honesto,
he estado muy distraído con la epidemia,
miro la tele, el drama que viven ustedes en España, esas cosas... no me
puedo concentrar.