diumenge, 8 de març del 2020

Coronavirus, el virus que bloqueja el món (ElPaís)

Font: ElPaís 2020-03-08



Cómo en menos de tres meses el patógeno SARS-Cov-2 ha ralentizado la economía global, ha agudizado las tendencias al repliegue, ha modificado las costumbres cotidianas, ha reavivado miedos ancestrales y ha puesto en cuestión a los líderes del planeta

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Todo comienza en diciembre en China, en un mercado —hasta donde se ha podido saber— y el origen del virus se encuentra probablemente en un murciélago desde el que se contagió, acaso por medio de otro animal, al ser humano. He aquí, de entrada, dos elementos determinantes.
Uno, bien visible, rotundo, colosal: China.
Otro, invisible, microscópico: los virus llamados zoonóticos, es decir, trasmisibles de animales a humanos, que causan algunas de las enfermedades más destructivas de las décadas recientes.
China representa el 17% de la economía mundial; el 11% del comercio, el 9% del turismo, el 40% de la demanda de algunas materias primas. Es el país más poblado: 1.400 millones. Es la fábrica del planeta, un experimento de turbocapitalismo gobernado por un régimen autoritario, la potencia que ya no es solo económica y disputa a EE UU la hegemonía mundial, el gran triunfador de la última etapa de globalización de los bienes y servicios iniciada hace una treintena de años.



“Hay muchos virus viviendo en animales, plantas y bacterias en los ecosistemas. Probablemente millones. Algunos pueden infectar a los humanos, además de las criaturas en las que estén. ¿Por qué algunos virus se desbordan e infectan a los humanos?”, dice Quammen en una conversación telefónica desde Montana.

“Es porque estamos entrando en contacto con estos animales, plantas y criaturas. Perturbamos ecosistemas diversos. Destruimos la selva tropical. Construimos pueblos y minas en estos lugares. Talamos árboles. Nos comemos los animales que viven en estos bosques. Capturamos animales salvajes y los enviamos a mercados en China. Con estas acciones nos exponemos a estos virus”.
Es un enigma cuándo el SARS-Cov-2 empezó a circular y cuándo supieron de los primeros casos.
La única fecha segura, por ahora, es la del 31 de diciembre. Ese día, el Gobierno chino confirmó los primeros casos de una neumonía de origen desconocido.
Todo fue rápido desde entonces.
El 7 de enero, investigadores chinos identificaron el nuevo virus.
Cuatro días más tarde, se declaró el primer muerto: un hombre de 61 años, cliente del mercado de Wuhan, ciudad de 11 millones de habitantes en el centro de China.
Y 10 más tarde se declararon los primeros casos en Japón, Corea del Sur y Tailandia y las autoridades chinas impusieron el aislamiento de Wuhan.
La crisis ya no era china: se transformó en asiática. El 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud decretó la “emergencia sanitaria global”.


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El 2 de febrero se registró el primer muerto fuera de China, en Filipinas, y dos semanas después, el primero fuera de Asia, un turista chino de 80 años en París. Hoy son más de 400 los muertos fuera de China, con dos focos críticos,
Irán e Italia, y una onda expansiva que pone patas arriba lo que hace cuatro días parecía sólido.
Se anulan competiciones deportivas y congresos internacionales —suena fuera de lugar hoy el escepticismo con el que muchos reaccionaron ante la decisión de suspender el Mobile World Congress en Barcelona— y se cierran escuelas hasta dejar a 290 millones de alumnos en casa.

En Francia, el Gobierno recomienda dejar de saludarse con un apretón de manos y, peor, renunciar a la 
bise —los dos besos preceptivos cada vez que se saludan—, un rasgo cultural que, si desaparece, supondrá un cambio considerable para el art de vivre francés.

En Miami, un hombre va a un centro médico para hacerse la prueba del coronavirus y, como publicó el diario 
Miami Herald, sale con una factura de 3.270 dólares: el SARS-Cov-2 revela los riesgos de un sistema sanitario predominantemente privado.

Arabia Saudí cierra la entrada a los peregrinos que van a La Meca y el santuario de Lourdes cierra los baños con agua de la gruta milagrosa. Marcas estadounidenses como McDonald’s y Starbucks clausuran comercios en China, las líneas aéreas suspenden temporalmente los vuelos a este país y el tráfico de contenedores en el puerto de Los Ángeles —punto de entrada principal de los productos chinos a EE UU y nodo de la globalización— cae en un 25%.
La caída de entre un 15% y un 40% de la producción en algunos sectores industriales clave de este país ha reducido en un cuarto las emisiones de gases de efecto invernadero, según datos del Centro de Investigación sobre la Energía y el Aire Limpio, una organización finlandesa.
El dilema es que, cuanto más drásticas sean las medidas y cuanto mayor el miedo, peor será el impacto tanto en la oferta —las fábricas y oficinas paran, las tiendas se vacían— como en la demanda. En el escenario más optimista, la OCDE contempla una rebaja del crecimiento mundial en 2020 del 2,9% al 2,4%. Sería el nivel más bajo desde la crisis financiera de 2008. En el peor escenario, la economía global crecería un 1,5%.
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Impulsado por la globalización, que abre fronteras a la circulación de mercancías, personas y también virus, el SARS-Cov-2 amenaza con matarla, como si 2020 fuese a cerrar definitivamente el ciclo abierto en 1989 al caer el Muro de Berlín.

“La epidemia interviene en un momento en el que ya poníamos en causa la mundialización”, resume el veterano politólogo Moïsi. “Y acelera y confirma potencialmente la idea según la cual la mundialización feliz era una ilusión temporal que iba a durar unos pocos años, mientras que afrontamos la mundialización infeliz”.

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